Cada momento que piense y sienta que debo de escribir, lo haré. No me voy a cuestionar si es buena o mala idea, cuál debería ser el tema principal y que tanto alcance podría tener. Solo comenzaré a escribir, y te prometo que venceré el síndrome del impostor.
Uno se cansa de dudar si es lo suficientemente bueno como para compartirlo con el mundo o si lo correcto es desistir y regresar a dormir.
A veces, queremos que todo salga bien y tenemos un mundo idealizado, creyendo que si no logramos que suceda justo de esa manera, entonces no vale la pena… ¡Carajo, qué exigentes somos con nosotros mismos!
Te recomiendo leer «El peligro de la frustación», uno de mis últimos artículos.
Antes me preocupaba donde colocaba el punto, la coma, el punto y coma, y otra vez el punto. Se estaba convirtiendo en un verdadero martirio, esperando que no tuviera ni un solo imperfecto, como si de verdad a las personas les importara una coma mal colocada.
Tal vez, si es un error garrafal pues sí, pero en el caso opuesto, ¿de 100 lectores cuántos se percataron que olvidé colocar un acento en un texto de 500 palabras?
El síndrome del impostor es una trampa, creada por prejuicios, paradigmas, comparaciones, autoexigencia, miedo al fracaso, falta de reconocimiento, entre otras cosas.
Sin embargo, tenemos la capacidad de salir de ahí, liberarnos y dejar este síndrome.
Utilicemos la autoretroalimentación de manera sana, consicente y proactiva, es decir, buscando soluciones y no paralizándose.
Aprendamos a fluir, a dejar que el camino nos enseñe y observemos sus señales, no forcemos la máquina más de lo necesario, porque podríamos arruinarla.
Mi estimado o estimada, «haz lo mejor que puedas con lo que tienes», ese es el secreto, por más cliché que parezca.
Evan Ballesteros.
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